- ¡Zaf! ¡déjalos entrar! Quien sea, no me importa, solo necesito uno –Az le rogaba- No me mires así, no sabes el dolor que siento, necesito a alguien, déjalos entrar. ¡Es una orden!
Zaf no podía hacerlo, imaginaba del dolor de un celo omega. Nek le había hablado, también. Pero aquellos que esperaban entrar eran demasiado alphas, no estaban entrenados, no se podían controlar. Eran simplemente perros respondiendo a su instinto, una raza superior se hacían llamar, qué lamentables, pensaba.
Esto solo se podía haber dado por la idea de uno de los príncipes. De repente sintió presión en su mano izquierda. Los alphas acaban de entrar al pasadizo, estaban acercándose, puso presión en sus dedos y sintió como el hilo de plata aflojo, habían caído. Ahora agradecía su paranoia, colocar hilos de plata en toda la casa había sido el mejor plan de seguridad, sabía cómo estaban dispersos.
- ¡Dame a alguien! –Az se había levando de su cama- ¡Por favor!
Su príncipe despedía un aroma usual en los omegas y aunque no le afectaba a él sabía que los alphas de afuera lo estaban pasando mal; los hilos comenzaron a moverse de forma violenta.
- ¡Por favor!… –le rogaba mientras se frotaba con su pierna.